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Síndrome del hijo emperador: cuando no sabemos poner límites

«Es un niño precioso, inteligente, la mayor parte del tiempo alegre y lleno de vida, sin embargo es también bastante mandón, le gusta dar órdenes a todos y, adoptando la voz de un adulto lo cual a los adultos les parece gracioso, ha terminado por convertirse en el amo y señor del hogar. Al comienzo era un chiste pero, poco a poco la situación se tornó verdaderamente problemática, su actitud ha dejado de ser graciosa pues afecta las sanas relaciones que deben existir entre los miembros de todo hogar», comenta la madre de  un niño de 9 años quien se convenció de que todos deben rendirle pleitesía dentro y fuera de casa.

 

Cada vez a edades más tempranas: se llama “síndrome del emperador”, y define a los niños y adolescentes que abusan de sus padres sin la menor conciencia.

 

En ocasiones, los padres pueden ser víctimas de estos pequeños o no tan pequeños tiranos y es por eso que se precisa educar en el respeto y el afecto, transmitir valores, hablar con nuestros hijos y escucharlos e intentar acrecentar su capacidad de diferir las gratificaciones y tolerar las frustraciones.

 

Cabe señalar que ningún niño nace siendo un pequeño tirano, sino que existen padres permisivos (que no actúan como adultos educadores) que generan estos comportamientos porque hacen todo tipo de concesiones para no tener problemas y al final lo que generan son hijos acosadores, niños consentidos, sin conciencia de los límites, que organizan la vida familiar, dan órdenes a sus padres y chantajean a todo aquel que intenta frenarlos. En definitiva, hijos desafiantes que terminan imponiendo su propia ley y quieren ser constantemente el centro de atención, siendo desobedientes, desafiantes e intolerantes a la frustración.

 

La dureza emocional crece y la tiranía se consolida si no se les ponemos límites. Usualmente vemos niños pequeños que dan puntapiés a las madres, y éstas les dicen “eso no se hace” mientras sonríen, dejando en gran medida de inculcar lo que es y lo que debe ser.

 

 

Igualmente se ha vuelto muy usual escuchar a algunos niños gritar frases como…

¡Dame tu celular, yaaaaa!

¡No te quiero, eres mala porque no me compras lo que yo quiero! ¡Pues ya no soy tu hijo!

¡No quiero hacer las tareas y tú no me puedes obligar!

 

Y esto se debe a que muchos padres carecen de criterios educativos, intentan compensar la falta de tiempo y dedicación a los hijos, tratándolos con excesiva permisividad, pareciendo a veces padres que parecen tener miedo a madurar o asumir su papel.

 

El «síndrome del emperador» puede darse en familias en las que la madre quiere imponer una norma y el padre es «light» (ósea consentidor), también en las que el padre agrede a la madre, o donde los padres están separados o porque hay padres «que quieren comprar el cariño de los hijos». Y es allí, donde los padres se lamentan de no tener soberanía en su imperio, el imperio de su casa. Lo que implica situaciones en las que los hijos son los emperadores en la familia y los padres los vasallos.

 

El vasallaje es una relación de sumisión, de complacencia y de consentimiento de los padres a los hijos en donde los roles de influencia se han invertido, donde un adulto debería poner límites, pero no lo hace, es el hijo quien controla mediante la exigencia o el capricho. Padre o madre, con tal de no confrontarle, entran en el consentimiento del emperador-hijo.

 

La tiranía infantil refleja una educación familiar y ambiental distorsionada, donde se educa a los niños en sus derechos pero no en sus deberes, donde ha calado de forma equívoca el lema “no poner límites” y “dejar hacer”, para no causar trauma al niño, permitiendo y ofreciendo todo aquello que se dice no tuvieron sus padres o abuelos (error total).

 

Una dinámica familiar fluida sucede cuando los progenitores son adultos con conciencia de sus límites al tiempo que educan a los hijos fomentando responsabilidad y acompañándoles en su individualidad.

 

 

Precisamos motivar a nuestros niños sin el estímulo vacío de la insaciabilidad, educarles en sus deberes y derechos, en la tolerancia, marcando reglas, ejerciendo control parental y, de vez en cuando, diciendo NO

 

Los hijos son nuestro espejo, por eso es muy importante transmitirles valores, formarles en la empatía, enseñándoles a ponerse en el lugar del otro, en lo que siente y en lo que piensa.

 

Todo esto se puede evitar si se detecta dicho comportamiento desde la primera infancia y se toman las medidas necesarias para que el pequeño siga normas claves para vivir en sociedad.

 

Se requiere que los padres aprendan a ser padres consciente de que su hijo es capaz de hacer lo que se le pide, dándole responsabilidades pequeñas, que vayan creciendo; asimismo, se puede jugar el arte de las recompensas, pero cumplirlo al pie de la letra, para que el niño sea formado en la responsabilidad y los límites (sin confundir poner límites con gritar o enojarse hasta pegarles).

 

Es cierto que no existe un patrón único para detectar un caso de niño emperador; aunque si se observan comportamientos agresivos ante las cuestiones de disciplina, es importante recurrir a los profesionales para ayudarles a manejar su actuar y prevenir conductas futuras.

 

¿Qué hacer?

 

 Si los padres han llegado al punto límite con sus hijos tiranos pueden –y deben– pedir ayuda profesional. Además, se pueden fijar las siguientes reglas para atajar comportamientos tiránicos:

  • Ser firmes, no autoritarios ni sumisos.
  • Los adultos han de saber diferenciar entre necesidad o exigencia del menor. Ante la exigencia es deseable emplazar a que el hijo se haga responsable de lo que pide; y ante la necesidad, proveerla.
  • Ambos progenitores deben estar de acuerdo en cómo quieren educar a sus hijos, en cuál va a ser su modelo educativo y actuar ante él sin fisuras, porque si las hay, el niño se aprovechará enseguida de ellas.
  • El niño debe tener una serie de obligaciones en casa –hacer la cama, poner y quitar la mesa, etcétera– de las que no se puede escabullir. Y normas y reglas muy claras sobre su tiempo de ocio.
  • Nada de amenazas. Las amenazas transmiten inseguridad al niño y sólo logran aumentar su tendencia a la negación.
  • No se trata de prohibirlo todo después de haberle dejado hacerlo todo. Una vez dicho una cosa, no hay que retractarse, así que más vale pensar con calma antes de hablar y actuar.
  • Enseñarles a cultivar habilidades no violentas. En una casa en la que los adultos gritan y amenazan, difícilmente lograremos que los pequeños se comuniquen de forma sosegada. Los progenitores deben dar ejemplo y practicar con ellos el diálogo respetuoso y la escucha.
  • Mejor esperar a que se calme sin hacerle el más mínimo caso.
  • No sirve de nada argumentar sin fin, el niño emperador no está acostumbrado a las palabras. En vez de discutir, hay que recordarle cuáles son las reglas que hemos fijado y su deber de respetarlas.
  • Fomentar el desarrollo de la inteligencia emocional y la conciencia. Para ello, los padres deben ayudar a sus hijos a reconocer sus emociones y las de los demás, incidiendo en la empatía e invitándoles a practicar actos altruistas para que vean su efecto en los demás.
  • El acompañamiento, la presencia física y la dedicación son los protagonistas más tarde. Comprometerse con el bien común dentro de casa, el desarrollo de relaciones saludables y de buena convivencia se inicia en los progenitores y los hijos toman el testigo de ello para incorporarlo a sus vidas.

Por la Licenciada Janitza García

Psicóloga

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